El junco y la palmera

EL JUNCO Y LA PALMERA
(de la humildad, el orgullo y otras yerbas y plantitas)

Con su copa ampulosa de manos abiertas la reina de los espejismos reclama su corona.

Saluda al cielo deseando que sus brazos de plátano se quemen para ser rayos de sol.

Creció mirando hacia arriba cómo si con la fuerza de su mirada desesperada pudiera acortar la distancia entre sus raíces flacas y las estrellas magnas.

Tanto estiró sus brazos que se olvidó de plegarlos y hacerlos rama.

Tanto estiró su cuello árido que se quedó sin escalones para acceder a su delgada gloria solitaria.

Me mira con extrañeza desde su trono de coco y se mofa de la reverencia que le dedica mi penacho de pájaro. 

Señora de las alturas. Tan altanera y frágil. Su risa rígida la hace crujir.

Ella ríe y yo...
Quisiera abrazarla e invitarla a derretirse. 

Quisiera hacerle cosquillas en sus pies de puntitas.

Quisiera contarle, que besar el barro refresca los labios y rogar al cielo agota las súplicas.

Pues no es bajo encorvar mi copete de pájaro para besar el suelo en una referencia humilde.
Ni es penoso tener la virtud de apenarse y penar las penas merecidas.

No majestad, no es genuflexo ser flexible y dejar que los vientos decidan donde soñar.

No hay corazón más vacío que aquel que late al ritmo de sus pretensiones.
Ni mirada más ciega que la que se mira en el espejismo de sus ambiciones.

Porque son los vientos los que sugieren el destino y mis raíces las que me abrazan cuando me reclino.

Y es ungiendo mi aliento en el lodo que nutro mis fuerzas para erguirme cuando las ráfagas se van.

Quien no sepa reclinarse ante los vientos ante una brisa se quebrará.

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