FURIA

Un dragón se come a otro dragón mientras la serpiente los envuelve para deglutirlos.

El pez más grande se traga al más pequeño cuando el tiburón se relame con su sangre, y el arpón los atraviesa a todos.

El hilo se corta por la parte más delgada y con su filo, el aire se corta con un cuchillazo que aja el suspiro.

El pozo se cae en una fosa que se desmorona en un precipicio y colapsa hacia el vacío lleno de estruendo final que nunca suena, y sin sonar se hace más fuerte que el fragor de un trueno, y más explosivo que un misil enterrado en el vientre de lava de las entrañas de un volcán; haciendo de ese estallido un eco único, grito interminable que fagocita todos los aullidos del mundo y hace inaudible el palpitar de todas las voces, de todos los alaridos, de todas las gargantas desgarradas del universo. Tan ensordecedor como la última vibración de una última nota que no deja de chillar y termina en un inexplorado y sangriento agudo. Agudo tan delgado y continuo que se expande en el profundo e infinito grave del sonido devorador de todos los sonidos: el silencio lleno de aullidos que acompaña al palpitar del universo.

Y cual mamushka que se come a si misma y planta carnívora que esputa brotes que se mastican entre sí. Como una pesadilla de puertas, que se abren a otras puertas y dientes que se caen de una encía que nunca se vacía. Así...

Así...

Me apago si apagarme y me muero sin morirme. En un ciclo sin fin que solo se calla,

solo se mitiga,

solo se apaga...

cuando me abrazas.

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